Valor social y académico de la evaluación
La evaluación educativa y los conceptos que la van
definiendo (rendimiento, calificación, acreditación) es un constructo social y
por tanto, un invento, una invención susceptible de cambio, al que se le dan
usos ideológicos y políticos, confundidos con los usos educativos. Como tal
constructo, viene a imponer un cierto carácter disciplinar, digamos, respecto a
los miembros de la comunidad educativa, estableciendo entre sus miembros una
entente cordiale de velado entendimiento, más debida a la conveniencia y a la
fuerza de la inercia que produce lo consuetudinario que a una voluntad y unos
intereses definidos de dejar las cosas como están. Esto lleva a una actitud
inmovilista y conservadora en las formas de evaluar.
En este sentido, la perspectiva básica de valor del
profesor ( evaluar consiste en atribuir
valor a algo) está fuertemente condicionada por los valores, comportamientos y
formas de hacer del colectivo docente al que pertenece y a la posición social
que simbólicamente representa, que no quiere decir que sea la propia.
Un análisis del lenguaje que utilizan los docentes para
comunicar los resultados de sus evaluaciones nos revela que está más al
servicio de otros intereses, informan más a otros estamentos y a otras personas
ajenas a la inmediatez del aula, otros son los destinatarios por más que en la
superficie aparezcan los alumnos como los primeros beneficiados.
Como constructo social, debe tenerse en cuenta que son
muchos los determinantes sociales, históricos políticos y epistemológicos que
“conforman” un modo particular de ver la evaluación, entendida como medida del
rendimiento académico y concretada en una nota, como algo natural y, como tal,
inmutable.
El discurso político sobre la educación, transforma lo que
debe ser prioritariamente una cuestión moral en un rompecabezas técnico. Surge
así la preocupación por la eficacia, la conveniencia, la necesidad
sociolaboral, la imperiosa selectividad...pero
nada se dice sobre el tipo de conocimiento que se evalúa y sobre cuál, además
de las técnicas normalmente inapropiadas empleadas, se sacan conclusiones, se
toman decisiones que no tienen que ver con la intención formativa que se
propone en el proceso educativo.
Podemos llegar a comprender la importancia social tan
grande que tiene la evaluación, importancia que da sentido y refuerza la propia
que desempeña en el sistema educativo, identificándose y confundiéndose con
ella.
La evaluación como producto ideológico de consumo:
apuntes para un análisis crítico del valor social de la evaluación.
Existen fuertes contradicciones en los documentos
oficiales que legitiman las prácticas de la evaluación. Lo que evidencia tales
contradicciones es que la evaluación viene a ser el cruce de caminos donde se
manifiestan las contradicciones de distinto orden y de distinto valor que se dan en el sistema
educativo, social, económico y político. La evaluación para la educación ve
truncado su camino y su propósito para convertirse en “educación para la evaluación”,
en una institución deformadora de la misma.
Entre el sistema educativo y la organización social, se
abre una brecha que sólo los más atrevidos, que suelen ser los más
comprometidos ideológica y socialmente, intentan o se atreven a cerrar.
El Poder sabe que una vez dicho se libera de sus propias
responsabilidades y sabe también que aprovechará el empeño y el esfuerzo que
los profesores realizan en sus aulas para hacer cumplir estas funciones
bipolares, ambiguas y excluyentes.
Aprovechar el mismo y único acto de evaluar, que debe
tener como principal objetivo educativo la búsqueda de conocimiento, para
ayudar y orientar a formar a los sujetos comprometidos en un proceso de
formación, para utilizarlo con fines de selección y de acreditación hace que aquella
primera intención educativa pierda su sentido.
La mediación del análisis crítico no consiste tanto en
resolver lo que se resiste a soluciones imposibles sino en sacar a la luz las
razones subyacentes que las sostienen.
En los discursos de quienes están en el poder se plantean
objetivos curriculares de orden cognitivo, social y moral “que les permitirán
(a los alumnos) desarrollarse de forma equilibrada e incorporarse a la Sociedad
con autonomía y responsabilidad”, sin embargo, la realidad muestra lo
contrario, la función de la evaluación formalizada del aula es de exclusión y
eliminación.
Por otro lado, se encuentran las necesidades, intereses,
dedicación y expectativas de: empresarios, profesores, padres, políticos,
alumnos; todos ellos muy distintos y compatiblemente diferentes.
Se ignora o no hay conciencia del papel selectivo de la
evaluación por parte de quienes ejercen la evaluación en el aula.
Lo grave de la situación económico-laboral es que, de ser
una educación centrada en el sujeto que aprende y se forma, se está pasando,
por necesidades de mercado y por necesidades de empleo, a una educación que
mira o se centra en las necesidades del empleador, cuestión que incide en el
discurso político que hace ver esta situación desde un punto de vista
tecnocrático-funcionalista, como la menos mala, la situación inevitable a la que nos vemos abocados.
De este modo, la escuela, formación y empleo configuran
una tríada en la que por necesidades de supervivencia, cualquier pretensión de
cambio en la relación de fuerzas rompe un equilibrio realista que pone en
peligro la eficacia total del sistema. Al fin y al cabo los “agentes sociales”
acuerdan que la educación de calidad actual se identifica con aquella que
asegura el puesto de trabajo.
Parece indudable, de que a mayor nivel de estudios aumenta
el número de oportunidades de conseguir empleo, lo que también muestra que la
formación académica cuenta en alguna medida , aunque no se considere en si el
valor formativo de la misma, según las demandas sociales, pero también confirma
el hecho de que la selección funciona, haciendo creíble lo que la superficie
puede interpretarse como sistema de oportunidades en la sociedad
credencialista.
Los sistemas de evaluación escolar mantienen, más que
objetivos formativos de carácter educativo, procesos políticos y sociales que
alejan a la escuela de sus objetivos de desarrollo, de crecimiento, de
autoafirmación, de emancipación, haciendo de la evaluación un mecanismo de
exclusión y eliminación. La evaluación va clasificando y eliminando a los
sujetos por medio de los mecanismos de que dispone: el examen aparece como el
más visible, pero no es el único.
Justo cuando se analizan los fenómenos educativos, social
e históricamente construidos desde una perspectiva política crítica más amplia,
los mismos instrumentos que legitiman el sistema se muestran inadecuados para
el desempeño de las funciones que se pueden reivindicar desde posiciones
educativas progresistas más próximas al quehacer didáctico de los agentes que
hacen la escuela día a día.
Las evidencias y la experiencia acumulada muestran que la
evaluación formativa es difícilmente aplicable en las actuales estructuras
escolares. Pero tampoco hay interés ni voluntad verdaderos de llevarla a cabo
pues rompería un supuesto equilibrio de “selección natural” debida en parte a
las naturales condiciones y a las naturales capacidades y a los naturales
dones, y como tal, integrados en la inmutable naturaleza humana ya que
genéticamente vienen dados.
Si se aplicara la evaluación en su dimensión formativa con
todas las consecuencias que conlleva resultaría muy difícil que pudiera lograr
la aceptación general pues llevaría a un cambio estructural en la relación de
fuerzas tanto dentro como fuera de la escuela la evaluación se convertiría en
factor desestabilizador, minando el poder establecido que la formula. Pero
también minaría los intereses y las expectativas de padres y de alumnos que
tienen puesta una esperanza en la nota.
Si aceptamos que en definitiva lo que permanece inalterable
es la selección como valor social en el acto de evaluar, lo que media en todo
el proceso se queda en palabras, la satisfacción de dejarlas decir, que el
poder hasta parece generoso y magnánimo en esto de dejar hablar.
La evaluación como cultura escolar
El sistema de evaluación forma, dentro del sistema
educativo, una cultura propia. Crea un lenguaje que la identifica en el
contexto escolar: evaluación formativa, sumativa, normativa, criterial,
interna, externa, global, continua, integradora, diagnóstica, iluminativa...
·
Habla de modelos de evaluación: de producto, de
proceso, de toam de decisiones, de valoración del mérito, o del valor de algo,
de juicio.
·
Origina tendencias: psicométrica, etnográfica,
gerencial, educativa.
·
Ha surgido como un área independiente que cuenta
con sus propios autores especializados y sus propios medios de comunicación.
·
Dispone de métodos y técnicas que caracterizan
el área: exámenes, tests, pruebas objetivas, ensayo, observación, entrevista...
·
Tiene sus propios códigos de entendimiento
implícitos.
·
Inventa símbolos de valor académico pero de
alcance social muy amplio que representa supuestas realidades.
·
Acepta supuestos y principios de entendimiento
implícito que justifican el propio discurso si bien no están debidamente verificados.
·
Elabora constructos temporales tomados como
realidades palpables, dando por natural e inmutable lo que sólo es cultural o
susceptible de cambio.
·
Crea metáfora pedagógicas que se llenan de
contenido válido para la inmediatez de la escuela en principio, pero con
repercusiones de alcance social que trascienden el contexto donde y para el que
se generan.
·
Desempeña funciones y fines específicos, según
los documentos que vienen desarrollando las reformas.
·
Un análisis crítico de las funciones y de los
fines propuestos nos puede descubrir las fuertes contradicciones que ocultan.
·
Quienes elaboran los discursos de las reformas
cuentan con sujetos llamados a realizar grandes proyectos y a poner en práctica
grandes ideales.
Los resultados de la evaluación han llegado a ser más
importantes que el propio proceso de aprendizaje en sí mismo, al servicio del
cual, supuestamente, debe actuar, distorsionando a la vez las prácticas de
evaluación sobre todo cuando no se tiene en cuenta el contexto social más amplio
donde éstas adquieren sentido y donde se ven sometidas a un cúmulo de
profesiones y contradicciones considerables.
Tomar conciencia en la enseñanza es un acto necesario de
permanente vigilia ante el que no se puede bajar la guardia si uno no quiere
caer en las trampas que rodean tanto ritual de la confusión y se resiste
incluso ante quienes toman decisiones políticas con argumentos de razón crítica
que no de sumisión o de resignación ante la “inevitable levedad” de quien menos
poder tiene.
Las funciones formativa y sumativa como metáfora
pedagógica (síntesis de las contradicciones y encubrimiento del engaño)
Una de las primeras paradojas que a fuerza de repetirla
resulta ya tan familiar y se va aceptando como natural en los discursos por más
que la práctica no corrobora la diferenciación, surge al querer congeniar las
funciones formativa y sumativa de la evaluación, tan introducidas y
asentadas en la cultura pedagógica ,
aunque en la práctica sólo se identifica y sólo cuenta la evaluación sumativa,
que es la que queda, sobre ella se legitiman las decisiones que se toman.
Formativa y sumativa son términos que permanecen vacíos en
cuanto que no están ligando a una concepción específica de la educación ni
están contextualizados dentro de una concepción curricular más amplia, ni
tienen más implicaciones y alcance que la conveniencia que prestan como recurso
metodológico que facilita el análisis por una parte y la distribución técnica
por la otra.
El lenguaje que se ha utilizado en la evaluación es
esencialmente metafórico, cuando no técnico, y en muchos casos equívoco, cuando
no tramposo, porque quiere ser neutral. Lo sustantivo pertenece a la esferal de
lo oculto, de la suposición, se decide en otras instancias, adquiere el
verdadero valor fuera del aula , por más que sea el aula el lugar visible donde
podemos encontrar los primeros engarces que nos permitan el análisis crítico y
constructivo de la situación dada.
La calificación se convierte en valor en el que se confía
que abra las puertas para conseguir el éxito , que puede ser un puesto de
trabajo para unos, un filtro de exclusión irremediable para la movilidad social
o académica para otros. La evaluación formativa, en tanto vericueto metafórico,
se disuelve con las palabras y sólo queda como recurso persuasivo para el aula,
atrapada por la lógica y la dinámica del proceso de selección.
Lo que aumenta las diferencias entre las funciones
sumativas y las funciones formativas, son las exigencias y las consecuencias de
una y otra en la práctica, y más aún, de cara para cumplimentar lo dispuesto
desde puntos de vista no compatibles. Ambas participan en un mismo proceso pero
en tiempos, en modos, funciones y fines distintos, variando igualmente, el
alcance de cada una de ellas.
La evaluación formativa es (debería ser) parte integrante
del mismo proceso de enseñanza y de aprendizaje, mientras que la evaluación
sumativa hace referencia a etapas concluyentes determinadas.
Siendo varias cosas a la vez, la evaluación desempeña
varias funciones y necesita ser considerada a la luz de las funciones
educativas que pretenda desempeñar. Según las diferentes funciones que
desempeñe o se le exijan a la evaluación tendrá que adoptar unas formas u
otras, lo que lleva a pensar en una pluralidad de métodos y de conocimiento.
El examen como artificio de selección: la perpetuación
de la irracionalidad como razón azarosa
Es evidente que el mantenimiento del examen en el sistema
educativo viene bien para una gran mayoría de personas conforme con los
resultados que produce y que tienen interés en seguir manteniendo las funciones
que desempeña porque sirve a unos fines sociales que van más allá de la
escuela. Incluso también dentro de ella viene bien mantener el examen porque
actúa como medio de control disciplinar
y de autoridad frente a los demás.
Para entender la permanencia del examen y el sistema de
calificaciones que suele conllevar es necesario descubrir el significado
político de la evaluación en la distribución de poder en la escuela y a través
de la escuela, pero con interés de consumo fuera de la misma, con las miras
puestas en una sociedad que se mueve sobre bases meritocráticas para la
distribución de roles ocupacionales.
La evaluación es conservadora porque trata lo educativo
como dado y trabaja con presupuestos y previsiones sobre el rendimiento de los
alumnos como dados, que no fabricados, antes de echar a andar, como si el
sistema de selección se diera por sentado sin haber intentado previamente hacer
las cosas con el ánimo de que pueden ser o pueden hacerse de otro modo.
Necesitamos crear entre todos una cultura pedagógica común
comprometida con el cambio y la innovación. La escuela debe ser la unidad
primaria de coordinación y apoyo. Hacerlo o no es cuestión de honestidad
profesional.
ELABORA UN PRESENTACION EN PREZI
Con este contenido debe desarrollar una presentacion en prezi, para lo cual pueden elaborar equipos de tres personas.
Fecha de entrega: Lunes 23 de Septiembre del 2013.